Llevábamos diez jornadas de cielos completamente encapotados y lluvia constante. Era el último de nuestros días en Groenlandia y el Sol apareció. A medida que el día avanzaba crecía la tensión, los cielos se mantenían despejados. ¿Nos visitarían esta noche las Auroras? Cayó la tarde y en el refugio toda la gente estaba agitada, como niños en la noche de reyes. Cada cinco minutos salíamos a la terraza a observar el cielo, la ansiedad nos invadía y, cuando ya casi todos habíamos descartado la celestial visita y teníamos un pie dentro del saco de dormir, de repente alguien gritó “¡Aurora!”. Corrimos a la terraza y sí, era cierto, no era una falsa alarma, allí estaban.
Una lluvia de partículas luminosas danzaba sobre nuestras cabezas deleitándonos y emocionándonos y unas pequeñas lágrimas brotaron en nuestros ojos (era del frio). Los dioses vikingos se mostraron benévolos y durante un par de horas nos regalaron una de las visiones más espectaculares de la Naturaleza.
Un punto y final perfecto para un viaje mágico.
1 comentario:
Enhorabuena por ese bonito viaje. Impactante imágen...que color¡ Enhorabuena. Saludos
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